Dos pasajeros se escaparon de la muerte del avión accidentado.

Tensa calma en El Prat, que contempla con respetuoso silencio el lento desfilar de los familiares de las víctimas

NJK

Mirco y Carstin están sentados en el suelo, apoyados en una columna ayudándose del equipaje, callados, como en otro mundo. Quizás porque han estado a punto de estarlo: iban a reservar de vuelta a Düsseldorf el vuelo que ha acabado estrellándose en los Alpes franceses. “Íbamos a estar en el avión”, dice uno de ellos.

Están sentados frente al mostrador en el que al cabo de un rato debería facturarse el segundo y último vuelo diario de Germanwings entre Barcelona y Düsseldorf, con salida a las 19.30 horas. Es el más barato de la ruta. Pagar menos y estar unas horas más en Barcelona y visitar el Camp Nou les ha salvado. Están vivos, pero en sus cabezas parecen pesar sobre todo la idea de que podrían no estarlo.

Mirco parece el más afectado. “Es una sensación difícil de explicar; estoy un poco asustado”, balbucea. “Íbamos a reservar el vuelo anterior y podíamos haber estado en el avión, y en ese sentido tenemos sentimientos encontrados”, interviene Carstin. “Pero supongo que todo irá bien, que habrán revisado las cosas dos veces y que no habrá problemas”, añade.

“Era el vuelo más barato y queríamos quedarnos un poco más y ver el estadio del Barcelona”, precisa. Se enteraron del accidente a media mañana, en el metro. “Habíamos ido al Camp Nou y un amigo mío me telefoneó porque quería saber si estaba vivo y me dijo lo que había pasado”, relata Mirco.

Su estado de ánimo refleja el ambiente que durante todo el día se ha vivido en El Prat: tensa calma. La presencia de un ejército de periodistas y decenas de cámaras eran el gran indicador de que algo pasaba. Esa agitación, y el paso dramático, el goteo constante de los familiares de las víctimas que iban llegando poco a poco al centro de apoyo dispuesto en unas oficinas de AENA en la terminal T-2, entre los sectores B y C.

Los que se acercaban caminando por el interior de la terminal lo hacían escoltados por uno o varios agentes de los Mossos d’Esquadra, en ocasiones casi literalmente en volandas. Más que para protegerles de la prensa, para disuadir a los medios y evitar que les molestaran.

Una disuasión quizás innecesaria porque, fuera de la terminal, donde esperaba el grueso de cámaras, micrófonos y plumillas, el muro de periodistas se abría de inmediato ante la llegada de un afectado. Acostumbrados siempre a interrogar a los demás, los periodistas estaban ayer mudos, incapaces de lanzar preguntas cuya respuesta era demasiado obvia. ¿Qué sentido tenía preguntarle “¿cómo está?” o “¿qué familiar suyo volaba en ese avión?” a una madre, a un hermano, a un amigo de alguien que ayer por la mañana se embarcó en el vuelo GWI-9525 con destino a la muerte?

Esa calma tensa se vivía por todas partes en el aeropuerto. La calma que muestra Ann, una mujer que se dispone a volar a Londres y que va acompañada de una joven que se muestra mucho más tensa y reacia a atender al periodista. “Nos enteramos por Internet justo antes de venir al aeropuerto. Volamos a Londres”, explica Ann. ¿Sienten ansiedad en estas circunstancias? “Bueno, lo siento muchísimo por las víctimas, claro, pero hay que volver a casa”, responde.

Menos calmado está Haris, serbio nacido en Alemania que ha de volar por la noche a Düsseldorf. “He venido en cuanto me he enterado, para saber qué pasa con nuestro vuelo. Pero nadie nos ayuda”, clama. “Por supuesto que tengo miedo. Germanwings no es una buena compañía. Lufthansa es buena pero Germanwings es una filial y no es nada buena. Solo vuelo con ellos porque es la más barata”.

Es también la tensión de Jean, una sofisticada mujer de mediana edad que había llegado hacía ya un rato procedente de Londres y que fuma con gesto nervioso junto a una puerta de la terminal. “Estoy esperando a una amiga que viene desde Bruselas. Llega con mucho retraso”, se lamenta. ¿No debería estar relajada porque usted no ha de volar? “Hmm, he de volar el jueves de vuelta”, ríe con un punto de tensión. “Es horroroso lo que ha pasado. Espero que no me ocurra a mí”, reitera con la misma risita nerviosa.

“Me enteré al llegar aquí. Vi a tantos periodistas que pensé que esperaban a algún famoso. Pero no. Me dijeron que no, que se había caído un avión que iba a Düsseldorf y que habían muerto 150 personas. Terrible”, murmura. Jean ha viajado a Barcelona para ir al Liceo. “Vamos a un recital de un contratenor francés llamado Philippe Jaroussky al que vienen a ver de todas partes”, explica, didáctica. Jean ignora que en ese avión viajaban la contralto alemana Maria Radner y el barítono kazajo Oleg Bryjak, que habían cantado el sábado pasado. Y es que, pese a todo, la vida sigue.




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