En dos temporadas, Marc Márquez había paladeado demasiados dulces en MotoGP. Sin mácula, sin rival, un paseo para el chico maravilla, récords y más récords por el camino mientras el mundo se ponía a sus pies. Y, de repente, se torna ante él todo el lado oscuro, la suerte de lado, la mecánica también, ruina total. Si el año pasado salía de Montmeló con siete triunfos seguidos y el título bajo el brazo, ahora escapa diciendo adiós mientras Jorge Lorenzo y Yamaha sonríen.
Busca inspiración y mejoras en su Honda, se llena de paciencia entre carreras, sin perder la sonrisa ni el ánimo, pero todo tiene un límite. Lo avisó en la previa, daba igual el precedente de Mugello, iba a arriesgar en casa. Y también advirtió de que si Lorenzo tomaba ya la cabeza en la primera curva, mal asunto. Y así fue, con las dos Suzuki flojísimas en la salida, y el balear enfilado.