Leonardo Padura gana el premio Princesa de Asturias de las Letras en el año de Cuba

Habrá que ver a Leonardo Padura vestido de traje el próximo otoño, en Oviedo, camino del Teatro Campoamor: saludará a reyes y princesas y seguramente lea un bonito discurso sobre su barrio (que se llama Mantilla y no está dentro de esa ‘Habana bonita’ por la que pasean los europeos) y sobre Cuba, que se abre al mundo, quizá no como él quisiera, como quisiéramos todos, pero algo es algo, ¿verdad? Entonces le darán el Premio Princesa de Asturias de las Letras y todos haremos recuento de sus libros y de su vida, que son tan sugerentes los unos como la otra. El jurado del Premio ha elegido esta mañana al escritor cubano para su palmarés y alguien, a estas horas, se preguntará si es fácil encontrar un traje de caballero más o menos bueno en La Habana.

Padura dice que la clave para entender su vida es su apego a las cosas, el sentido de la lealtad: al barrio, a su mujer, a Cuba, a la literatura… El escritor vive en la casa de su padre. «Un día, mi padre nos dijo cómo quería su funeral, los sitios por los que quería que pasase la carroza fúnebre: la casa de su madre, la casa que él construyó, la bodega que abrió con su hermano, la logia masónica que fundó, la estación de omnibús en la que trabajó… ¿Y sabe cuál es la distancia más larga entre esos cinco lugares? 250 metros. A mí cuando me hablan de patria me suena todo un poco abstracto. Pero esos 250 metros son otra cosa», explicó a EL MUNDO en una entrevista publicada en marzo pasado.

Pero una cosa es eso y otra, vivir en un cascarón. Padura fue a la universidad en los 70, se hizo periodista, embarcó hacia la guerra de Angola, aunque no fuera para combatir sino para hacer algún trabajo administrativo más o menos inocuo, sobrevivió al Periodo Especial y, justo en ese momento de hambre y liptimias colectivas, decidió dejarse de vainas y escribir. Mandó el manuscrito de ‘Máscaras’ al premio Café de Gijón y lo siguiente fue una llamada de Beatriz de Moura para decirle que preparara el pasaporte, que había ganado. Padura recuerda siempre que la editora de Tusquets, su editora de siempre, tuvo que llamarle a casa de los vecinos porque en la suya no había teléfono.




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