Hace unos días Alex, un neoyorquino de seis años, escribió una carta a Barack Obama. “Querido presidente, ¿recuerda usted al chico que recogió una ambulancia en Siria?”. Alex se refería a Omran Daqneesh, el niño de Alepo, víctima de un bombardeo. Su imagen, sentado en la ambulancia, la cara cubierta de sangre y polvo, dio la vuelta al mundo. Alex la vio y por eso escribió a Obama. “Por favor, ¿puede ir a por él? Le estaremos esperando con banderas, flores y globos. Le daremos una familia y él será nuestro hermano”.
La Casa Blanca grabó luego a Alex leyendo la carta en el comedor de su casa y el vídeo copa las redes sociales. Obama habló del ejemplo de Alex, el miércoles, en el marco de una conferencia sobre refugiados.
Dijo que todos deberíamos ser más como él, “un niño que no ha aprendido a ser cínico o desconfiado o temeroso”. Alex se compromete a compartir su bicicleta con Omran, a enseñarle inglés y matemáticas. Dice que le presentará a un amigo sirio que tiene en su colegio y que juntos podrán ir a fiestas de cumpleaños. “Muchas gracias –se despide Alex de Obama–. Esperaré a que venga”.
