Niedziela quiere ir a Eurovisión, pero no afina una sola nota


Miro a un lado dentro de la casa más famosa de Guadalix de la Sierra y veo a tres muchachas que se llevan bien aunque cuando a una no le gusta algo de la otra no tiene inconveniente en decirlo.

En estos meses han logrado tener una relación bastante parecida a la forjada durante años por muchas chicas en condiciones normales. Se quieren a pesar de conocerse, lo cual no quiere decir que estén libres de tener sus mosqueos, desconfianzas, incluso envidias.

Pero al final, prima el cariño y un firme deseo de no dividir el grupo. Eso hace superar muchas de las dificultades. Posiblemente todas las dificultades.

Aunque lo que más llama la atención es que esas tres chicas transmiten alegría y positividad. No quiere eso decir que vivan en el país de la piruleta y los confetis de colores. Nied es, si acaso, quien más vive en otro mundo, pero más bien diría que lo suyo es una sobredosis permanente de positivismo. Las tres pisan el suelo y cometen errores.

Desde su prisma crítico y realista se equivocan a veces, tantas como aciertan con precisión de cirujano. Me dan buen rollo. Más juntas que por separado.

Si miro para otro lado veo a otro concursante eligiendo cada día una víctima para machacarla desde su superioridad marciana (él mismo dice que se siente marciano, lo cual no deja de ser una forma de decir que es mejor). Alguien incapaz de admitir la discrepancia de los otros, a quien le duele escuchar la verdad y rabia cuando a su alrededor alguien da argumentos incuestionables.

Parece incómodo con el acierto de los demás. El viernes la tomó con Han, una vez más. El sábado un poco de Sofía. El domingo a por Marta. Lo más llamativo es cuando aparenta defensas que llevan ocultas dardos envenenados. Con amigos así no me hacen falta enemigos.

Dice que es un “vinagres”, pero no es su supuesto carácter avinagrado lo que más destaca frente a la alegría que me transmite el otro lado de la casa. Que no es eso, que no. Este otro concursante consigue que empatice con Han, un tipo más listo que los ratones colorados, que lleva muy bien aprendida la lección y sabe hacer algo que se les da muy bien a los niños chicos.

El chino sabe causar la compasión de su audiencia. Es como ese pequeñajo que se adelanta a la bronca materna por ir saltando charcos con un llanto desgarrado cuando en uno de ellos le salpica un poco a la cara. Nada mejor que dar pena para evitar la reprimenda y despertar ciertas simpatías entre el espectador.

Por curioso que parezca, en las discusiones con el otro concursante me pongo siempre del lado de Han, tenga o no razón. Y no es por otro motivo que por el machaque insoportablemente impertinente, absurdo muchas veces, lleno de crueldad casi siempre.

Al final, da lo mismo el origen de ese machaque sin sentido. El fondo de la discusión se difumina por su dimensión. Es tan grande la desproporción, tan innecesario todo, que ya cansa tanto tósigo. No solo cansa, provoca desasosiego también. Y una insondable tristeza.




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