No es un regalo, no es un gesto de desprendimiento franciscano -porque va a ganar mucho dinero en Madrid-, pero la decisión de Sergio Llull comprometiéndose de por vida con el club que lo sacó del anonimato y le permitió llegar a la fama internacional no deja de ser una muestra infrecuente, sorprendente y hasta emocionante de fidelidad a los colores. Los aficionados a otros deportes no comprenden, en efecto, la peculiar situación del baloncesto, que tiene una liga bastante más potente deportivamente e inmensamente más rica económicamente que las mejores de Europa, y que es la NBA norteamericana. En baloncesto llegar al Madrid no es tocar el cielo como en fútbol, y bien reciente está la marcha de Niko Mirotic para recordarlo.
Pues bien, Llull se ha apuntado a la poco nutrida escuela de los que, pudiendo dar el salto, no han querido. Imita a Felipe Reyes… aunque, no lo olvidemos, éste nunca tuvo ofertas tan mollares. E incita a sus compañeros Rudy Fernández y Sergio Rodríguez, que sí que conocieron la Meca americana, a quedarse para intentar otra ronda triunfal.
Se puede decir que, a medio camino entre dos temporadas, el Madrid de Pablo Laso es hoy el mejor equipo del mundo fuera de la NBA, y el único cuya base es autóctona. La cuestión es acertar en el elenco de gregarios que complete un nuevo equipo ganador.