Tal vez sea trivial, un fotograma anecdótico, producto del azar. Puede, pero ahí va. Ayer, mientras el viento hacía diabluras por todo Roland Garros –tres personas resultaron heridas por la caída de una mampara metálica en la pista central–, Rafael Nadal y su equipo mataban el rato durante el entrenamiento, a la espera de que el vendaval se diera una tregua y les permitiera continuar. Carlos Costa, agente del número siete, y Toni, tío y preparador, jugaban a la petanca con una serie de pelotas desperdigadas sobre la arena de la pista 12. Una bola, y otra, y otra más. Nada. Varios intentos, pero ninguno atinaba demasiado.
Sentado en la banqueta, Nadal observaba la escena con resignación, hasta que el técnico le desafió: “Demuestra, Rafael”. Sin levantarse, este dio un leve toque con el pie izquierdo y la pelota giró lentamente hasta detenerse junto a otra que hacía las veces de boliche. Bingo. Y, acto seguido, la risa socarrona del campeón. “Cuando queráis, aquí estoy”, les dijo de forma burlona Nadal, que al final tuvo que prolongar su puesta a punto de cara al duelo de los cuartos (16.00, Eurosport) contra Novak Djokovic en unas pistas subterráneas.