Federer derrota a Nadal en una grandiosa final del Open de Australia

La final de las finales, como se presuponía este Rafal Nadal-Roger Federer, se resolvió acorde al cartel, después de un ciclópeo pulso y un volcánico desenlace en el que terminó imponiéndose el suizo por 6-4, 3-6, 6-1, 3-6 y 6-3 (en 3h 38m). Venció Federer y conquistó así su 18º título del Grand Slam, el 89º trofeo de su legendaria carrera, su quinta corona del Open de Australia.

Ganó él, el campeón eterno, pero la moneda bien podría haberse decantado del otro lado, porque Nadal (14 grandes) ofreció la resistencia de Sísifo. Ganó Federer, leyenda viva, pero por encima de todo triunfaron el tenis y el deporte, porque no hay mejor efecto propagandístico que el duelo entre los dos titanes.

Era el 35º pulso entre ambos, la novena final en un grande, pero hay cosas que nunca cambian, como el hecho de que Nadal, siguiendo la vieja receta, buscase a la que pudo el revés de Federer con derechas altas y combadas. Le interesaba al español ralentizar y alargar el duelo todo lo posible, mientras que el suizo no quería nada más que abreviar. Quería ritmo Federer.

Lo imprimió progresivamente con el drive, a base de una majestuosa cadencia de golpes ganadores y voleas. Caramelos para todos, made in Federer. Cogió inercia y dictó el tempo. Si el de Basilea entra en calor, el de enfrente está perdido. La única opción posible es agarrarse con fuerza al poste y esperar a que pase el vendaval.




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