El paraíso del frío

No todos tenemos aire acondicionado en casa. O en el coche. Algunos vagones de metro parecen hornos y otros, frigoríficos y, en general, los andenes son una congestionada amalgama de cuerpos sudorosos, impacientes y malhumorados. Pero lo peor es el asfalto. ¡Y los memes! que circulan por las redes sociales con recreaciones de la Castellana en versión infierno…

Cuando el ventilador ya es inútil me refugio (mentalmente) en Cabo Norte y en la isla en la que está situado, Magerøya, el paraíso del frío. Repaso las fotos y me parece que vuelvo al Círculo Polar Ártico, al sol de medianoche y al plumas (¡y los calcetines!) con el que no hace más que un mes me protegía de los rigores de su peculiar inicio del verano. Lo echo de menos. En los termómetros de Madrid, más de 40 grados se ríen de nosotros mientras en Nordkapp las máximas de la semana serán de 13º y las mínimas de cinco. Hoy, por ejemplo, no pasará el mercurio de 11 grados. Benditos sean.

Entre otras cosas me acuerdo del icebar, visita obligada en el puerto de Honningsvåg, la ciudad más septentrional de Europa, situada en la isla de Magerøya. Lo regenta una familia española, de Zaragoza para más señas. Un día se liaron la manta a la cabeza y se asentaron en esa pequeña localidad, abrieron una tienda de recuerdos y el bar de hielo Ártico (donde se sirven chupitos sin alcohol en cubitos). Y allí siguen, desde abril hasta octubre, haciendo el agosto a razón de 139 coronas noruegas la entrada (adulto).

El más feliz de todos es Lonchas, el perro de la familia, un gigantesco Alaskan Malamute que pasa los días recibiendo caricias de los ‘cruceristas’, tirado en el suelo entre bolas de navidad y camisetas de recuerdo. Debe ser muy duro que siempre lo confundan a uno con un Husky Siberiano…

Sobre todo porque los Huskies se pasan el verano atados a sus casetas. «Descansando», aseguran los criadores. Comer, dormir, entrar en la caseta, salir de la caseta, derramar el bebedero… Ser perro en Noruega no es tan malo en el fondo. Criar Huskies para carreras o simplemente como atracción para turistas es un medio más de vida. Cientos de personas se acercan a las granjas para acariciar a los cachorros y soliviantar a los adultos, mientras entonan un atronador concierto de ladridos de saludo.




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