Gonzalo Caballero salió a dejarse matar en Madrid

  • El joven madrileño corta una oreja cruelmente protestada tras tirarse al volapié sin muleta; buen debut de Fernando Rey con el mejor y más bajo utrero de una altona y decepcionante novillada de El Parralejo, que tomó antigüedad

Debutaba El Parralejo en Madrid y se presentaba Fernando Rey en Las Ventas. El encuentro de los dos ‘noveles’ con el novillo ‘Levítico’ de mediador fue gozoso: Rey exhibió su buen concepto del toreo y ‘Levítico’ -el más bajo del altón sexteto- su buena condición. Desde las verónicas preliminares se entendieron uno y otro. Volado el capote con cierto aire antiguo, como se desprendía también del terno de marfil y plata vieja, el novillo de Pepe Moya hacía el avión en la onda del lance. Un par de notables medias abrocharon el saludo.

Intervino Francisco José Espada en un quite por tafalleras de no molestar y Fernando Rey brindó el utrero al doctor García Padrós por su intervención en la tremenda cornada sufrida en Morarzarzal. Toreó por una y otra el debutante malagueño con sentido y sensibilidad, trayéndose la embestida detrás de la cadera. O por su virtud o por el defecto del torete de no terminarse de ir a pesar de su extraordinaria humillación, el torero se veía obligado a perder siempre pasos. Y el toreo se sucedió más hilvanado que ligado en una faena de tiempos modernos. De doble vuelta al pasodoble si en Madrid tocase la banda. De lujo su izquierda intermitente. Una pesadez la reiteración de las manoletinas. Pinchó en la suerte contraria; en la suerte natural, hundió la espada hasta los gavilanes. Ovación compartida para su entente, para Rey y ‘Levítico’, que siempre esconde algo de derrota cuando el toro se arrastra entero.

A Gonzalo Caballero nadie le puede reprochar que no lo dio todo, absolutamente todo, en su lote. Incluso con un halo de desesperación cuando se tiró a matar sin muleta al feo cuarto de afortunadas anchas sienes para encunarse. Lo lanzó como una catapulta en el embroque. La caída a plomo y el acero hundido. Necesitó del verduguillo. Cayó la oreja negada en el anterior. Y con la paliza del volapié desnudo y otra mano previa de pitonazos -cuando quiso sacarse la embestida por la espalda en el arrimón final- paseó el trofeo entre la cruel protesta de muchos. Probablemente los mismos que no le dejaron dar la vuelta al ruedo a la muerte de un altón primero que trataba de colocar bien la cara por el derecho desde donde su alzada le dejaba. Caballero sacó todo el repertorio y todos los redaños donde no hay una estética. Seguramente yo piense igual sobre su estilo que los que protestaron, pero no soy capaz de negarle un ápice de mérito a quien sale en Madrid a dejarse matar. Salvo que tampoco valga ya. Pasó a la enfermería.

Francisco José Espada trató de remontar la mala suerte del frenado tercero con un sexto también con una alzada de cruz espectacularmente antitorera. Quiso descolgar más y al menos la intención de embestir, aun sin rematar, la tuvo. Pero no subió de tono la cosa, sino que bajó. Espada trató de tirar con pulso del ritmo que no tuvo el toro.

El Parralejo tomó antigüedad con una novillada de altura. Nunca mejor dicho. De su currículo queda lejos.



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