Muere Quino Salvo, el «toro» de las canchas de la ACB

Deja la lucha como legado. Se marchó como fue, un tipo rocoso, batallando con todas las fuerzas también fuera de la cancha, en feroz pelea contra el cáncer. Quino Salvo, ex jugador de baloncesto, falleció en la madrugada de este miércoles.

Vigués del 58, con 239 partidos en la ACB, repartidos en siete equipos de la élite nacional, y con una trayectoria incluso más prolongada en los banquillos, había recibido numerosos homenajes en los últimos meses. Empezando por Valladolid, su otra ciudad, en aquel Fórum que se evoca de carrerilla: Alonso, Salvo, Puente, Trumbo y Singleton, con Mario Pesquera en el banco.

Aquí contábamos la historia de Quino Salvo el pasado 13 de febrero, la historia del jugador al que le llamaban «el toro» cuando apenas se estilaban tipos así. Aquel baloncesto de los 80 lucía otros físicos, americanos aparte. Pero Quino, robusto, alguno dice «gordito», era una mole de 1,91 metros, todo pundonor. Epi recordaba que nadie le defendió jamás tan fiero, que fue el que peor se lo hizo pasar. «Era muy agresivo», recordaba Quino en aquella conversación con EL MUNDO, donde se sinceraba.

«Un día [septiembre de 2015], de camino al trabajo, me encontré algo disperso. Al día siguiente estaba mi hija en casa y me vio raro. Decidió llevarme a urgencias, me hicieron un TAC y me descubrieron un pequeño tumor en el cerebro. Quedé ingresado en el Hospital Álvaro Cunqueiro. Me operaron a la semana. Me lo sacaron todo». Lo describía Quino sin paños calientes, al teléfono desde su Vigo natal, internado en una clínica, sacando fuerzas de flaqueza tras superar aquellos días las agresivas sesiones de radio y quimioterapia.

Además de Valladolid, vistió los colores del Zaragoza, del Atlético de Madrid, del Obradoiro, del Llíria y, finalmente, del Caja San Fernando, su último escalón antes de retirarse en el Askatuak. Un histórico al que sólo le separó de la selección absoluta la enorme generación de aleros con la que coincidió: Epi, Sibilio, Margall, Beirán, Villacampa… «Quizá el momento más bonito de mi carrera fue un campeonato de Europa sub 23 que ganamos en Italia», rememoraba. También fue bronce continental con la selección júnior en el 76, en Santiago.

«Todo corazón»

Su transición al banquillo fue inexistente, porque siempre llevó un entrenador dentro. «Jugando en cadete ya dirigía a un mini, siempre así». Ahí, de corbata, su carisma, un torbellino, contagiaba a las puertas de la elite, varios ascensos entre Huelva, Menorca, León, Cantabria, Vigo, Palencia y hasta hace tres cursos en el Marín.

Generoso, de los de bolsillo roto, en esa entrega al compañero fue donde a Quino, que nunca medía, se le fue la mano. Sus particulares nubes negras, también enredado por tropiezos con el alcohol, que no le dejaron precisamente boyante en lo económico antes de afrontar el partido de su vida.

– ¿Cuántas veces te lo han dicho estos días, que es el partido de tu vida?, le preguntábamos en febrero.

– Bastantes, claro. Pero siempre fui un luchador, siempre di el 100%, no me he rendido jamás, y tampoco lo voy a hacer ahora. Cuando veo que hay gente que está peor que yo y que lo llevan con positividad y alegría, me refuerza mucho, comentaba con la voz entrecortada.

Salvo era ese tipo que perseguía a la estrella rival. Esa es su mejor definición como jugador, un defensor de época, un «animal», buen tirador y pasador también. Un tipo que, sobre todo, siempre fue de frente, también contra la muerte, mientras pudo.




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