Una mujer que fue violada y apuñalada obligada a vivir con su agresor al lado de su casa

Una de las sensaciones más dolorosas que puede tener una víctima de agresión sexual es que encima la culpen de lo sucedido. Ya han pasado 14 años y Lucía, que hoy tiene 50 y ya es abuela, logró sin más ayuda que la de su familia deshacerse de esa tortura que la carcomía por dentro.

El suyo fue un caso que en su día hizo correr ríos de tinta después de que el ya fallecido magistrado de la Audiencia de Barcelona Pedro Martín se negara a encarcelar al violador, pese a haber sido condenado a 26 años, hasta que la sentencia fuera firme.

Durante meses Lucía tuvo que vivir con vigilancia policial mientras el hombre, que casi la mata de una puñalada en el cuello tras violarla atada a un árbol durante horas, seguía en libertad y visitaba con frecuencia al magistrado para asegurarle que estaba arrepentido y no lo volvería a hacer.

Hoy, Lucía da la cara de nuevo. Su agresor, Tomás Pardo Caro, ha empezado a disfrutar de sus primeros permisos y fuera de la cárcel duerme en casa de su familia. Maldita coincidencia. Sus padres viven cerca del piso de Lucía.

Tengo la sensación de que todo ha vuelto a empezar. No seré capaz de soportarlo de nuevo”. Lucía se ha hecho mayor demasiado deprisa. En su rostro están las secuelas del miedo que había empezado a quitarse de encima y que de nuevo siente que le paraliza.

Otra vez no, por favor”. Sentada frente a un cortado con leche caliente en el interior de una cafetería del centro de Barcelona, Lucía reabre el baúl de los horrores. Fue el 31 de octubre del 2002.

Eran las seis y media de la mañana y salía de casa para ir a trabajar. Tomás Pardo la abordó, le colocó una navaja en el cuello y la obligó a entrar en su coche.

La llevó hasta un paraje forestal y la ató a un árbol. Con la navaja cortó la camiseta y el sujetador. La desnudó y la agredió sexualmente. Dos horas después la desató y obligó a calzarse y ponerse los pantalones, y mientras caminaba tras ella le clavó la navaja en el cuello.

Le supliqué varias veces que por favor no me matara, no por mí, por mis hijos. Pero no sirvió de nada. Sangraba tanto por el cuello, que se fue de allí pensando que me había matado”.

Cuando Lucía creyó que el agresor ya no estaba, se cubrió como pudo los pechos, taponó la herida con una mano y deambuló unos cinco kilómetros por el margen de una carretera secundaria del Vallès Occidental en la que ni un solo conductor se detuvo a auxiliarla.

A medio vestir y sangrando. Vaya usted a saber lo que pensaban”. Su descripción permitió que la Guardia Civil detuviera al agresor a los pocos días. Cuando se cumplieron los dos años de prisión provisional, plazo máximo sin celebrar juicio, el fiscal no solicitó una prorroga.

Tomás Pardo Caro quedó en libertad a la espera de juicio. Fue entonces cuando Lucía entró una vez en el despacho del magistrado Pedro Martín y le amenazó con contar lo que estaba pasando a la prensa si no se celebraba de una vez el juicio y ella dejaba de estar protegida por la policía, y paralizada por el miedo, para intentar empezar de ­nuevo.




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