Mankell El pasado es la salvación

En la mañana del 16 de diciembre de 2013, Henning Mankell derrapó por una mancha de aceite al adelantar a un camión y su coche quedó destrozado aunque él no sufrió ningún daño físico. Una semana después, el escritor sueco viajó junto a su esposa Eva a su apartamento en Antibes. Allí sufrió un persistente dolor en el cuello, que él tomó por una tortícolis. Volvió a Suecia unos días después y fue sometido a un reconocimiento médico que le detectó un tumor de tres centímetros, alojado en el pulmón izquierdo.

Mankell cuenta como la noticia le sumió en una profunda depresión que duró diez días en las que apenas pronunció palabra. No tenía fuerzas para leer ni para desarrollar actividad alguna. Apenas podía pegar ojo. Sólo podía pensar en el cáncer y sus consecuencias. En esos momentos de desesperación, se fue forjando en su cabeza la idea de que la memoria, los recuerdos de su infancia y su juventud, podrían ayudarle a construir un escudo contra la enfermedad.

«Tardé en darme cuenta de que la memoria me ayudaría a comprender, a crear un punto de partida para encontrar el modo de enfrentarme a la catástrofe que me había sobrevenido», escribe Mankell en Arenas movedizas, sus memorias editadas por Tusquets, que aparecerán en nuestro país en los próximos días, en las que cuenta su lucha contra el cáncer.

Mankell, que tiene ahora 67 años, evoca uno de sus primeros recuerdos que explica el título de su libro: un relato en el que un expedicionario a África, vestido con rifle y uniforme de color caqui, pisa por casualidad un banco de arenas movedizas y se va hundiendo lentamente hasta que el barro le tapa la boca y la nariz.

El creador del inspector Kurt Wallander, protagonista de una docena de sus novelas, subraya que el miedo a hundirse en arenas movedizas o en la superficie de un lago helado en invierno le ha acompañado toda su vida y que ha reaparecido con especial intensidad con el cáncer. La enfermedad le hace sentirse atrapado en esa trampa mortal y percibe cómo su cuerpo ha empezado a hundirse.

«Ni una sola vez, que yo recuerde, me vi tan desesperado como para echarme a llorar. Tampoco grité de angustia. Fue una lucha silenciosa por sobrevivir a las arenas movedizas. Al final, logré trepar como pude y empecé a enfrentarme a lo ocurrido. La idea de tumbarme a esperar a la muerte ya no existía», señala en sus memorias.

El escritor sueco relata la quimioterapia a la que fue sometido durante muchos meses en un hospital de Estocolmo, experiencia que, según subraya, le ha hecho aferrarse a la vida y le ha ayudado a construir unas nuevas relaciones con su entorno, sabiendo que ha iniciado la recta final del camino.




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