Las tertulias literarias en Madrid no han muerto las hemos matado

Qué es lo que pasa en el Gijón?’, preguntaba algunas veces Baroja. ‘Ese café tiene que ser muy aburrido. Me han dicho que algunos escritores toman allí chocolate con picatostes o consomé. ¡Qué cursilería! ¿Y será verdad que González Ruano se toma por lo menos diez cafés? ¡Qué bárbaro! No sé cómo no revienta’. Qué pasaba en el Café Gijón, qué en el Comercial y el Pombo, qué en el Valera. El personal aúlla en masa frente a un cierre como si le hubieran amputado un meñique, como si alguien se hubiese llevado de pronto un juguete ancestral que no usabas y que ni siquiera interesa a tus hijos, pero que guarda cierto polvo de identidad castiza.

Extraña la tertulia literaria el nonato que se la perdió y el que fue asiduo y la recuerda desenfocada: esa tribu de intelectuales febriles, forasteros, neurasténicos, bohemios hasta el precipicio, tan preocupados siempre por el arte que desasistían la vida. Pero, ¿quién cayó primero? ¿El local, la tertulia o los parroquianos?

‘Antes se iba al café a buscar calefacción, ahora a buscar wifi’, señala Luis García Montero. ‘Tenemos tanta prisa que apenas cuidamos los espacios de reunión, de amistad y de conversación’. Recuerda el poeta a Baudelaire cuando escribió eso de ‘París, tú me has hecho y ahora te deshaces antes que yo’: ‘Las ciudades cambian y nos dejan un poco huérfanos… con nuestros cafés viejos y nuestras costumbres nuevas’.

Sánchez-Dragó: ‘Se ligaba más con escritoras que con amas de casa’

Fernando Sánchez-Dragó ataca, como un forense, a las causas del óbito: ‘Si han muerto estos cafés es porque ha muerto la literatura: jardín abierto para pocos y paraíso cerrado para muchos’. Culpa al afán ‘devorador’ de Internet y a la estrechez mental de las generaciones venideras: ‘Ya no se sabe leer ni se sabe escribir. A mí me gusta llamarlo asnalfabetismo’. ¿Es que habremos perdido en hondura? El escritor recuerda que Baroja vendía 300 ejemplares al año pero permanecía vidas en las librerías y en el pensamiento, y que ahora ‘la mitad de libros no se saca de las cajas y la otra mitad se olvida a las 24 horas’. Otro de sus diagnósticos alude al intrusismo literario: ‘¡Pero si es que hay más escritores que lectores! Es un daño colateral de la democracia. Este ‘Yo valgo tanto como usted’…’, resopla.

‘Antes había una jerarquía, un respeto. Llegaban chicos jóvenes a las tertulias y escuchaban, ahora todos se creen dioses del Olimpo’. ¿Y si los coloquios se reencarnasen en locales nuevos? ‘Casi imposible. Todos tienen música, y con música no hay conversación. Y esa penumbra… sólo ayuda a hacer manitas, no a intercambiar ideas filosóficas. Y qué caros: antes con cuatro perras echabas la tarde’. Recuerda Dragó que en sus tiempos se pedían lo más barato de la carta del Gijón. ‘Usted, ¿qué desea?’, preguntaba el camarero. ‘Yo, ‘croqueta, unidad’, se relame. ¡Por tres pesetas! ‘Nos permitíamos costumbres licenciosas: era más fácil ligar con una escritora que con un ama de casa’, y se relame otra vez.

El escritor reconoce que se le ha pasado por la cabeza más de una vez capitanear nuevos encuentros: ‘En el Ateneo, se me ocurre. O en el Círculo Militar’.

Antonio Lucas: ‘Ya no podemos ser bohemios a tiempo completo’

Raúl Del Pozo sonríe: ‘Los cafés servían para desollar a la gente’. También hacían las veces, dice, de ‘trampolín de los malditos’. Pero ya no están por allí Berlanga ni Ruano, ‘ya no hay crema de la intelectualidad’. ‘Ahora me quedo en mi jardín, debajo de un membrillo que tengo. No quiero ir a un bar con los espectros de los amigos que han desaparecido’, asume el periodista.

J.J. Armas Marcelo sí que se sigue sumergiendo en las lentejas de los lunes en el Gijón. ‘Vienen Pepe Esteban, Juan Carlos Chirinos, Ignacio del Valle, Sánchez-Dragó… cada uno echa afuera una novela. Una historia, un anécdota que podría ser novela’, explica. Con todo, se extraña algo en el ambiente. ‘¡El humo! Sé que esto no es políticamente correcto, pero sí intelectualmente cierto: echo en falta el humo, que es como la memoria de un personaje cualquiera’. Y añadire: ‘Además, ahora no le atamos ni los zapatos a Valle-Inclán. Nos hemos quedado mirando a esos que subieron al Himalaya… debemos hacer autocrítica’. El escritor observa también cierta desconfianza revestida de individualismo: ‘La gente ahora siente que compartir conversaciones o episodios es exponerse, es como confiar secretos’.

Antonio Lucas, que se llevaba los deberes al Café Gijón, reconoce que las tertulias ya no le apetecen: ‘No podemos ser bohemios a tiempo completo. Los cafés requerían encontrar cómplices con modales de vida como los tuyos, que no tuviesen que madrugar o irse temprano para bañar a los niños’, reflexiona. ‘Ahora la vida nos exige estar más implicados en la propia vida’. El poeta Benjamín Prado estima que las tertulias han pasado ‘de fenómeno literario a fenómeno periodístico’, y que han caído en el cuerpo a cuerpo contra la máquina: ‘Por la misma razón por la que ya no nos sabemos de memoria los teléfonos de nuestros amigos’.




Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

WordPress Lightbox Plugin
Ir a la barra de herramientas