Un diccionario contra la infelicidad

Giuseppe Scaraffia ya no se avergüenza de salir a la calle con bastón cuando arrecia la ciática. Piensa en la empuñadura de plata que lucía el de Scott Fitzgerald y levanta la cabeza. Si se aburre durante una cena, se mira al espejo del restaurante y comprueba que no está solo, que junto a él aparece Jean Cocteau, que a su vez trata de sobrevivir a otra cena más aburrida aún con Peggy Guggenheim.

“Mi cápsula de café reúne todos los matices de las marcas de café que Balzac exigía para sus noches insomnes”, cuenta a este periódico el autor de Los grandes placeres (Periférica), un libro salvavidas.

Las palabras que propongo son las que nos hacen sentirnos menos solos, como mensajes en una botella que pasan de mano en mano

“Elegí la forma más casual, la del diccionario, como protesta contra un mundo que ha perdido todo tipo de orden y sólo piensa en uniformizarse”, dice.

El simpático y lúcido doctor en Filosofía cree que la humanidad se encuentra aburrida y aterrada, que la distracción se supone una actitud imperdonable para quienes deben concentrarse en un presente desbordante de noticias. Vaya panorama.

Avisa a los navegantes que caen en sus redes: “Todos, incluso los más inagotables interioristas del vacío saben que la vida no tiene sentido y que se desvanece como una exhalación después de una mezcolanza indigerible de placeres y sufrimientos, más insignificantes, el consuelo de poder pensar que han logrado realizarse a sí mismos.

Así que comamos helados como a pares como la niña de la portada, mientras tratamos de sobrevivir al vacío.




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